miércoles, 17 de diciembre de 2008

Me siento feliz



El 7 de febrero pasado, la anciana Pak Hak Sil, del municipio Taedonggang, de Pyongyang, cumplió el centenario de su nacimiento y se le ofreció un banquete.
“Originalmente nuestros antepasados no eran longevos. Mi padre era jornalero vagabundo y murió por agobiantes trabajos bajo la ocupación militar del imperialismo japonés. Mi madre se fue por la hipocondría. Sin amparo, ni estatal, ni paternal, mis hermanos tuvimos que vagabundear separados sin conocer sus destinos.” Dijo la anciana.
*En la foto junto a sus bisnietos

Ella nació en 1908 en una familia obrera en Pyongyang, privada del país, no tenía nadie a quien volver la cara, yendo de una casa a otra pedía limosna y empleos, se ganaba a duras penas la vida cuidando niños ajenos, lavando ropas, confeccionando ropas para otros. Había casos en que después de trabajar todo el día, regresaba con manos vacías, expulsada por la “culpa” de ser huérfana. Aunque niña, le subía la sangre a la cabeza, pero no había nadie a quien quejarse y para contar con un apoyo, se casó con un joven igualmente pobre y humilde y entre ellos nacieron varios hijos, de los cuales dos murieron de hambre.

Acosada por la desdicha, por la muerte, se le llenaba el corazón de lágrimas de sangre, pero le sobrevino también la época de la felicidad, es que en agosto de 1945 se liberó el país. La Corea democrática aseguró al pueblo una vida digna, distribuyó la tierra a los campesinos que no la tenían, y aseguró empleos a los necesitados, y a la mujer, iguales derechos que el hombre.
Como a todos, a Hak Sil le ha sido la patria una madre, una cuna de la felicidad. Se le henchía el corazón de felicidad, decidió dedicar todo lo suyo a favor de esa patria y se ofreció a trabajar en obras de rehabilitación de fábricas y construcción de la capital. Hasta la jubilación trabajó en muchas obras constructivas.

Ella se conserva bien, es sana y fuerte, sin embargo, los médicos de la clínica de su barrio la visitan en casa a menudo, sometiéndola a exámenes médicos regulares y administrándole tónicos. También los vecinos son solícitos para ella. En medio de esas atenciones ella arribó a 100 años naciendo en ese curso decenas de nietos de los cuales muchos, habiendo terminado sus estudios superiores, trabajan en oficios propicios de sus aptitudes y vocaciones. La anciana todavía puede valerse por si misma y cuida huertos particulares y realiza quehaceres domésticos. Todavía ve y oye bien y enhebra fácilmente la aguja.

Su hijo tiene cerca de 70 años de edad y le pide que ya deje de hacer quehaceres de la cocina, confiándolos en su esposa, pero no lo acepta, diciendo que eso la conforta.
En días feriados y festivos se reúnen en la casa paterna nietos y bisnietos para jugar. Al término, la anciana los convocan a un sencillo “acto de premiación” y les pronuncia “un discurso”, diciendo que hay que defender nuestro régimen y corresponder con éxitos laborales a su bondad. No teniendo preocupación por sus hijos y nietos en la vida, ella se siente tranquila y ha podido ser una longeva.

Su hijo Kim Mun Hwan dijo que su madre goza de buena salud gracias a la política popular del Estado socialista que le ofreció hasta un banquete por su centenario de nacimiento.